El mito del fin del
mundo, el tercero de esta serie de mitos acerca de la movilización
social, afirma que la acción política colectiva sólo está justificada si
su propósito es evitar una catástrofe, algo que en nuestra imaginación
se aproxime al fin del mundo.
El mundo que vería amenazada su
continuidad puede ser entendido de múltiple maneras (la humanidad, la
civilización, el planeta...), pero siempre es contemplado como “nuestro”
mundo, como aquellas condiciones de vida que un grupo social considera
fundamentales para conservar su identidad.
Para este mito,
entonces, el único motivo válido para conquistar o defender
colectivamente los derechos comunes sería que, de no hacerlo, la
existencia del mundo, de “nuestro” mundo se vería seriamente amenazada.