Uno de los problemas
fundamentales a los que se han enfrentado y se enfrentan las políticas de
liberación en los últimos tiempos es la complejidad de los actores, fuerzas o
posiciones sociales con los que necesitan contar para ser al menos viables. En
esto el 15M no ha sido una excepción. De hecho, buena parte de su efectividad
como movimiento se debe a los modos de operar que ha puesto en práctica para
abordar la complejidad del descontento. De igual manera, cualquier desarrollo
del 15M –tanto las migraciones que sus modos de hacer experimenten, así la
marea verde, como los mestizajes en los que se implique, así su relación con
otros movimientos y organizaciones– está suponiendo y va a suponer que esa
complejidad aumente.
Pero, ¿qué
estamos entendiendo aquí por “complejidad”? La complejidad a la que nos
referimos no es ni una mera diversidad o multiplicidad indiferente de
posiciones o tendencias, ni un exceso de diferencias que es necesario reducir para quedarnos con lo que nos une. La multiplicidad indiferente y el exceso
reducible de diferencias son los dos extremos con los que queremos polemizar:
consideramos que no son, en último término, sino formas de evacuar
imaginariamente el problema del conflicto. Son propuestas que pretenden haber
resuelto el problema antes de afrontarlo. La resolución que ofrecen es, por
supuesto, normativa: la multiplicidad indiferente y la reducción del exceso de
diferencias quieren funcionar como ideales regulativos.
La complejidad
es, por el contrario, la correlación de diferentes fuerzas de fuerza diferente.
Este modo de plantear la cuestión nos sitúa en un terreno completamente
distinto. La complejidad no es ni lo que une ni lo que separa, sino la
condición de toda unidad y de toda división. La complejidad no es lo que divide:
lo que divide es la incapacidad para extraer de la complejidad una potencia
común. La complejidad no es lo que une: lo que une es que una determinada
concurrencia de diferentes fuerzas de fuerza diferente logra producir un efecto
de intensificación recíproca de la capacidad de actuar. Es más, en la
complejidad, la unidad o la división nunca son absolutas. En consecuencia, por
sí misma, la complejidad es ambivalente, es amoral, es prenormativa: constituye
toda coyuntura política; la complejidad no es buena o mala por sí misma, sino
una cosa u otra, en cada caso, en relación con el deseo de aumentar nuestra
capacidad de actuar.