“No se trata de poner la poesía al servicio de la revolución, sino al
contrario, de poner la revolución al servicio de la poesía.
Únicamente así la revolución no traiciona su propio proyecto.”
Internacional Situacionista, All the king’s men
A lo largo del siglo XX la relación entre arte y política se movió entre dos ejes
principales. O bien se entendía que había que poner el arte al servicio de las luchas
políticas que se libraban en otro lugar, sobre todo poner la práctica artística
al servicio de la lucha del proletariado, o bien se consideraba que el arte estaba
atravesado por un antagonismo constitutivo, que las prácticas artísticas configuraban
una arena política específica en la que la liberación o la dominación
estaban tan en juego como en cualquier otro lugar.
En síntesis, el antagonismo constitutivo del arte se compone de las múltiples luchas
de resistencia contra la apropiación capitalista, patriarcal, racista, etcétera de la alegría
estética (la poesía).
La desposesión del contento estético y su sometimiento a las exigencias
de la acumulación de capital o de las otras formas de opresión forman parte
de la producción de subjetividad reproductora de los distintos órdenes de dominación.
Las luchas estéticas se esfuerzan, por tanto, en poner la revolución o la crítica al servicio
de la poesía para impedir que la poesía trabaje al servicio de la desigualdad social.
En este texto pretendemos hacer un rápido repaso de cómo se ha entendido
el antagonismo constitutivo del arte en diferentes momentos, reflexiones y
proyectos y cómo se ha puesto en relación con el otro eje, el del arte político
comprometido con luchas no estéticas. Pondremos más atención en la propuesta
situacionista y en la crítica institucional y de la representación de los años 70
y 80, con la intención de apuntar hacia las prácticas de confluencia entre arte y
política que se han dado en las décadas posteriores. [Seguir leyendo]